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El año 2019 es probablemente el primer año de este ciclo económico, en el que los inversores tenemos realmente la necesidad de ponernos frente al espejo y observar qué tenemos y cómo hemos llegado hasta aquí para hacer una planificación a futuro de nuestro ahorro. Y esto no significa pensar en qué vamos a hacer en un futuro, sino pensar en qué vamos a hacer hoy para que repercuta en el futuro.
El año pasado fue el causante de que nos encontremos en esta tesitura. Nos dio el primer gran aviso de la última década. Quizá este sobresalto se esperaba, aunque no con la virulencia mostrada en el último trimestre. Lo que ocurrió en ese trimestre, es que los inversores que seguían viviendo con cierto nivel de complacencia, se pusieron frente al espejo y analizaron lo que estaba pasando realmente. Después del crecimiento mundial sincronizado que tuvimos en el 2017, en este último año nos hemos encontrado con una situación más típica de final de ciclo, y que aún esta desarrollándose:
El año 2018 fue especialmente duro, no únicamente por la rentabilidad, sino porque no hubo prácticamente ningún refugio, especialmente para los inversores más defensivos o conservadores. Ningún tipo de activo batió a la inflación. Además, si convertimos los rendimientos a dólares, el 90% de los activos no solo no batieron a la inflación, sino que dieron rentabilidades negativas; si lo pasamos a euros, el porcentaje es superior al 60%. Lo que está claro es que el final del ciclo económico se encuentra cerca, y que la expansión monetaria y las condiciones que han sido muy favorables en los últimos diez años, se han terminado.
El mes de Diciembre fue especialmente significativo, con algunos cambios que produjeron cierto nivel de pánico y un movimiento muy amplio y poco esperado:
El mercado reaccionó en diciembre de manera muy brusca a un entorno que no era nuevo, que ya venía desarrollándose durante el año, pero que la complacencia genérica no quería reconocer. En diciembre el mercado se miró en el espejo, aunque este llevaba allí bastante tiempo..
En nuestra opinión, este movimiento ha sido quizá desproporcionado, fruto de una reacción rápida e impulsiva, que tenderá a diluirse y reflexionarse, y aunque no podemos descartar que se produzca una recesión en este año, creemos que será más probable a partir de 2020, por lo que esta fase del ciclo puede alargarse más, especialmente con el apoyo de los bancos centrales.
Salvo un giro inesperado, avanzamos hacia un final de ciclo económico, no solo los crecimientos en 2018 han sido menores de lo esperado, sino que las previsiones de 2019 van a la baja claramente respecto a las del año anterior. Desde el punto de vista de inversión, hay que ser más prudentes a la hora de tomar riesgo, pero sin renunciar a seguir gestionando. Muchos inversores, tras el pánico de diciembre deshicieron en exceso su exposición al riesgo o retiraron sus inversiones, y se han perdido la subida de enero. Los ciclos económicos nos van a suceder constantemente, sin poder evitar un final de ciclo cada 7-11 años. Por ello, lo importante es saber navegar en ellos y tratar de minimizar el impacto que el final de ciclo te pueda causar, asumiendo que siempre va a haber un impacto.
Nuestra orientación en los próximos trimestres pasa por una mayor prudencia (que ya venimos reflejando en nuestra gestión desde el 2018), debido a que creemos que el riesgo no va a estar suficientemente recompensado en un entorno complejo y cada vez más volátil.
En todos los casos, hace falta que nos miremos en el espejo, y de alguna manera evitemos que nos suceda como al emperador con su traje.
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